jueves, 9 de junio de 2016

As time goes by

Hacía mucho, mucho tiempo que no escribía nada en ese blog. Lo cierto es que desconfío de las publicaciones en Internet, de toda esta inmediata facilidad del aquí y ahora que nos proporciona y de la que, sin embargo, no podríamos vivir.

Sin ir más lejos, esto lo estoy escribiendo en mi nuevo portátil. Es curioso, es una nueva experiencia de escritura. No sólo por el el teclado, por su mayor parecido a una vieja máquina de escribir que un ordenador de sobremesa o, como lo hemos venido llamando, un PC. Es curioso porque recobré la pluma y un cuaderno al tener el ordenador jodido. Pero, ¡milagros del dinero y la tecnología! Entras en Internet y das tu número de tarjeta y en 2 horas tienes un ordenador en casa. Es como pagar a una puta para que venga a chupártela a tu casa y darle la Visa. ¿Se habrá sentido el mensajero así? No creo, cuando ha visto a Luca.... no es el tipo de jadeos que imaginaba.

Es toda una experiencia, la de estar cojo, la de no poder salir de casa, la de depender de Internet para todo y, especialmente, la de sentir que nuestra vida y nuestro tiempo es algo bastante casual. Sin ir más lejos, yo podría estar muerto desde el 20 de mayo. Vale, no seamos trágicos: hecho un vegetal, catatónico o tetraplégico. El tiempo pasa, inexorablemente y sin remedio. Y las cosas acontecen. ¿Y qué acontece? Los acontecimientos. Y éstos nos son las festividades, los días de los patrones y matronas, los días de las banderas y patrias. Los acontecimientos son los hechos (históricos) que marcan el devenir de las historia. Historie y Geschichte.

Parece que mi formación filosófica sirvió de algo después de todo. Y mis lecturas de Heidegger, los heideggerianos y los "heideggeriados". Buen lugar para una foto. ¿Le ponemos vestido de nazi? No, mejor con un bastón en el campo.

Yo, un doctor, escribiendo en un blog. ¿Será la nueva forma de langue vulgaire de la que hablaba el viejo Descartes? ¿Es acaso esto el nuevo Discours de la Méthode? Lo dudo mucho. Los métodos pueden cambiar, las formas son temporáneas aunque a veces intempestivas; pero siempre tienen un contenido, y el mío está entre al HTML y la vista básica. Somos frikies jugando a ser filósofos. ¿O quizá no? ¿O quizás? ¿O quizá quizás? Siempre me perdí con esa palabra. Internet, putas y filosofía. Creo que es lo que estudié en la carrera.

Pero a veces pasan cosas, esos acontecimientos que determinan una vida. Hay quien dice que me han mandado matar y han contratado a unos sicarios, pero han fallado. Me lo creo. Pero la creencia no hace que lo creído sea realidad. Que se lo apunten los creyentes. La vida no funciona por creencias, sino por realidades. Y los hechos son temporales, pero las creencias, ay amigo, ésas son las que se tienen fuera del tiempo. Puedes cambiar de creencias, claro, pero cuando crees en algo crees más allá del aquí y ahora, y eso es peligroso. Es peligroso porque te da esperanzas, y con éstas puedes cambiar el mundo. Para bien, o para mal.

¿Tengo que meter otra foto? No.... El otro día me enteré que se cumplían años de la muerte de Dooley Wilson. Creo que, en el fondo, él es el gran protagonista de Casablanca.




lunes, 29 de abril de 2013

360 grados



Me mata la aritmética.

Me mata la certeza cartesiana de saber que cada vez que sume dos y dos me va a dar cuatro.

Me matan los trescientos sesenta grados de un triángulo. Y cuanto más isósceles me mata más.

Me destroza la memoria, poder tener la garantía de recordar el pasado y especialmente un futuro del pasado.

Agonizo, en el fondo, con la esperanza, sabiendo que lo que podrá ser no será, porque será otra cosa que recordaré.

Me jode, en suma, el conocimiento, porque ese saber no sirve para nada. 

Me cansa buscar la verdad, cubierta por mil velos que la hacen maravillosa cuando está oculta.

Me decepciona encontrarla sobre todas las cosas, cuando descubro que esa verdad buscada no es la que esperaba.

Me frustra la impotencia del deseo, la desilusión de la esperanza, desdeñada hace cinco líneas.
Me ahogo cada noche en los sueños; o más bien en los despertares.

Me destroza la necesidad racional de la naturaleza, porque esperamos ser hijos de la contingencia y al final descubrimos que nos rigen las mismas leyes que al dios de las cosas importantes.

Me resulta vano el deseo de cambiar, de devenir diferentes de algo que no somos. 

Me dan arcadas las definiciones (de arco y del latín arcus). La línea recta no existe. Somos movimientos gástricos.

Odio a los que os conjugáis impersonalmente: yo, tú, él, ella, nosotros….

Odio los géneros, las declinaciones, los plurales y la gramática.

Odio el puto término medio porque nunca es justo y sí mediocre, el lugar donde se esconden los cobardes por el temor a tomar decisiones, yo incluido.

Me asustan los puntos suspensivos que siempre permanecen en suspenso.

Me encanta la lluvia, la humedad que nos acerca a la tierra de las tumbas recién abiertas, porque por mucho que corras nunca escaparás de la tormenta y la lluvia.

Espero ciegamente al genio maligno, con una confianza indigna de él….

miércoles, 24 de abril de 2013

Anoche soñé contigo



Anoche soñé contigo. Vivías en un árbol. Bueno, empezaré desde el principio.

Salíamos del trabajo; yo adelantaba mi paso para acercarme a ti, tanto que al final te adelanté. Comencé a bajar las escaleras mirándote con la nuca, las escaleras de mi instituto y finalmente la pequeña cuesta de mi barrio que daba a la glorieta. Ya ves, es lo que tienen los sueños, que se encierran en recuerdos que son propios del soñante. Ya en la calle comencé mi habitual juego de levitación, concentrándome y elevándome entre uno y dos metros sobre el suelo, a vuelo rasante de los coches. Ya estaba revoloteando casi por donde ibas tú, realmente ensimismado y habiendo perdido tu presencia debido a la concentración, cuando te acercaste y me cogiste del tobillo. Por un lado me gustó y lo deseaba, pero por otro me dio miedo perder la concentración necesaria para levitar y estrellarme contra un coche. Hubiese sido algo embarazoso. Así que descendí lentamente y te cogí de la muñeca. No querías que me escapase volando, así que yo tampoco quería que te escapases no queriendo que me escapase.

Al final empezamos un extraño baile de muñecas agarradas a ritmo del vals de la retención, como son todos los valses. No sé por qué pero la calle pasó a convertirse en un solar enorme lleno de charcos de lluvia sobre tierra seca, oscura, triste y al mismo tiempo alegre. Era obvio: el vals terminó como terminan estas cosas. Cuando ya te ibas a escapar te lancé un beso con la torpeza y brusquedad de las primeras veces. Siempre es así, el besante es un violador en potencia. O un amante en impotencia, pero siempre es brusco, repentinamente innecesario. El amor tiene algo de inesperado y de acostante, casi molesto.

Pero no lo fue, o eso adiviné en la continuación del beso por tu parte y en el abrazo mutuo que siguió mientras tanto. Los movimientos digitales por espalda, brazos y hombros, fueron acompañados por lo típicos pequeños suspiros que dejan escapar las bocas abiertas, la primera mezcla que se produce entre dos amantes y que dejará paso a mezclas más fructíferas pero no por ello necesariamente más gratificantes.

El caso es que entre los suspiros se me escapaban respingos gargantiles del típico fumador que acumula flemas y tiene que toser. Entre seguir boqueando en tu boca cual pez que busca la vuelta al lecho marino y dejar de besarte para toser en paz (lo que resulta, claramente, muy poco caballeroso), al final opté por dejar mi caballerosidad por los suelos. Quizá prolongar la agonía hubiese sido mejor, sentirme como un pez esperando a ser devuelto al agua por ti. Bueno, al final no resultó tan malo del todo, y decidiste que te acompañara a casa. Aunque por ese "desliz" de la tos yo no sabía si las tenía todas conmigo, o quizá por tu reticencia a ser un amor molesto.

Vivías en un árbol. Tu casa tenía dos plantas, y en este caso la polisemia está más que justificada. Cuando llegamos me senté en la planta baja junto a una especie de hogar o chimenea encendida mientras tú subías a la planta superior. Mientras esperaba a que bajases me fijé que a mi lado había un señor mayor y gordo sentado en una mecedora y en un movimiento cansino de vaivén, como si no pasase el tiempo, sin prestarme atención, como si fuese normal que él estuviese allí y, lo que era más extraño, como si fuese también normal que yo estuviese allí. Al final, como no bajabas, me decidí a subir a la planta de arriba esperando encontrar más cosas extraordinarias a través del espejo. Te pregunté que quién era ese señor. Era el novio de una chica que trabajó con nosotros hacía tiempo, "esa que estaba tan buena", añadiste dado que no me acordaba y seguí sin acordarme. El caso es que le habías dado cobijo unos días porque no tenía dónde quedarse.

Fue entonces cuando me di cuenta de que no soñaba contigo. No sé cómo lo supe, si se interrumpió el sueño en un suave despertar o simplemente tuvo que parar porque dejó de tener sentido al descubrir la verdad. No había razón en seguir soñando. Te convertiste en la persona que es capaz de sacrificarse y hacer un favor por molesto que sea por cualquiera menos por la persona a la que ama. Quizá por sentimiento de culpa, precisamente. Dado que no hago nada por los seres queridos o los que me quieren, lo haré por los demás. Extraño método de amor al prójimo. 

No quiero volver a soñar contigo, seas quien seas.


lunes, 18 de febrero de 2013

Sudarios y placentas


El grito.- Edvard Munch
Contornos muertos. Ese debería ser el título de esta entrada por la poca prolijidad de esta página y porque todo contorno implica de por sí la muerte. Retornamos a los inicios, al horrorizado terror que sale de una figura de un óleo de Munch. Hay unas líneas rectas que nos muestran un camino y unas personas difusas. La voz invisible que grita surge de figuras definidas pero contorneadas. Parece que el color adquiere el efecto Doppler sobre el altavoz, quizá la boca de la figura. El óleo no es más que el cascarón de ese horror, casi como si se tratase de un relato de Poe o Lovecraft. Se manifiesta precisamente en su ausencia, en lo que no hay pero sin embargo está. La muerte sin cadáver.


Una representación alrededor de la muerte de Munch nos muestra lo mismo. La muerte no está en el cadáver, no en el resto tumbado en la cama. Ése es un hecho bruto. El cadáver no es más que el resto que ha dejado. La muerte se encuentra precisamente alrededor del cadáver, un entorno difuminado por la propia muerte. Sólo la memoria nos impone aquella vieja costumbre de poner sudarios, de hacer máscaras mortuorias, de erigir estatuas de lo que un día fue, de mantener criogenizado en los recuerdos algo (o a alguien) que ha pasado a la historia sin más historias.

Cerca de la cama de la muerte (fiebre).- Edvard Munch

Pero la propia vida demuestra el mismo carácter. Somos seres sujetos a continuas metamorfosis (kafkianas, muchas ellas), a dejar restos de lo que fuimos a través de artificios. La vida, el nacimiento y la procreación son los mayores de estos artificios. Los propios animales dejan en vida restos de estas metamorfosis, de las transformaciones que les llevan a ser otra cosa distinta mientras lo antiguo fenece. En el propio nacimiento tenemos nuestro primer sudario, la placenta gracias a la que nos hemos alimentado y en la que dejamos nuestra impronta, nuestro código genético. Somos unos seres de por sí asquerosos compuestos por flujos de todo tipo y que muestran precisamente esa evolución, desde la primitiva eyaculación hasta la pérdida de fluidos tras la muerte. Somos una mancha en la historia, esa es nuestra memoria. La Historia con mayúsculas (la Historie, no la Geschichte de los alemanes) no consiste en otra cosa sino en la recopilación de eyaculaciones ilustres.

El día después.- Edvard Munch
Siempre hay un despertar kafkiano. No el del monstruoso insecto, ése no. La metamorfosis kafkiana no es el despertar del inicio, sino la liberación del nuevo ser que abandona el antiguo y escapa por la ventana, dejando un resto "como vacío" (recomiendo a quien no lo comprenda así que relea el libro de Kafka; recuerdo haber tumbado la tesis doctoral de una persona en este sentido). Pero por lo general no escapamos por ninguna ventana abierta. Tras la metamorfosis nos encontramos nuestros restos: sangre y placenta en el paritorio; sudarios y lápidas en la muerte; botellas de vino vacías, surcos de vasos; flujos de la noche anterior. Incluso este texto.

Sí, incluso el texto. Porque efectivamente el ser para el texto es un ser para la muerte. El papel blanco es el sudario en el que se marcan las figuras del cadáver de las letras, los flujos de la pluma, la tinta que un día tuvo vida; la semilla de la escritura. Y al mismo tiempo es la placenta en la que crece algo que deja de ser nuestro propio cuerpo y se hace independiente de nosotros, adquiere nueva vida y acaba con la antigua. Así que podría decirse con rigor que es un ser para la vida, un ser para un nuevo cambio. La escritura deviene Corpus, se enajena. Y el cuerpo del relato cambia y se establece según interpretaciones, según nuevas metamorfosis que abandonarán el antiguo cuerpo y darán forma a uno nuevo, y así constantemente.

Pero qué le vamos a hacer. Nos encanta dejar restos, nos da placer. Todo hombre aspira a eso, a que le recuerden, a tener descendencia, a plantar árboles y a escribir libros o chorradas como éstas. Vivimos continuamente bajo la máscara.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Saliendo del colon



¿Dónde estaba? Ahh, sí, aquí, en mi ser aquí. Ahora ampliado al ordenador, donde se notan menos las convulsiones alcohólicas. Creo que me falta alguna proteína, como dije. ¿Lo dije aquí? Bueno, en mi ser aquí sí, o sea, que en parte lo dije aquí, pero no aquí. En un papel. Así que en rigor tampoco lo dije, sino que lo escribí, como estoy escribiendo esto. Y es que parece que  necesitamos del papel, de la pluma, de lo que manche para parecer que escribimos algo. Nos aferramos a que la vida es eso, manchas, manchas de semen, de menstruaciones, de partos. Eso somos. Nada más que el futuro de una mancha echada en el sitio correcto y dejada reposar. Vaya futuro.

 ¿Qué sería de los personajes de Beckett si tuvieran ordenador? Me imagino a Malone con su bastón y su portátil encima del regazo, del muñón de su existencia. Así no tendría que preocuparse de si se le acaba el lápiz francés o el cuaderno, sólo de la capacidad de su disco duro. Bueno, también de los problemas de corriente y de la alimentación del portátil, así como del sistema operativo. No, no me imagino a Malone actualizando Windows cada vez que salga algo nuevo y reiniciando el equipo. Bueno, no me imagino a Malone reiniciando nada, ni en general iniciando nada. Quizá acabando sí, porque muere, aunque en rigor tampoco muere, porque morir es un acto sin sujeto, con lo cual nadie puede morir. Y más Malone que nunca es ni está sujeto a nada. Bueno, a su cama quizá.


No, lo mejor sería un ordenador tipo al de Stephen Hawkins. Podría estar captando todos los pensamientos de Malone y pasándolos al disco duro, haciendo de ellos un diario, ya que tendrían fecha y hora en las que se guardan. Pero, ¿los guardaría Malone? ¿O se dormiría y echaría babas? Bueno, siempre se puede desarrollar un software que haga todo esto por Malone, el Malone 2.0. No sé por qué todo lo nuevo tiene que ser 2.0. Es más, no sé por qué tiene que llevar un punto algo, lo mejor sería y punto. Dos y punto. No, parece una hora, la hora de una cita, cuando te preguntan la hora, cuando pasa el tren; no queda comercial para venderlo. Aunque Malone tampoco lo iba a comprar. ¿Quién lo compraría? ¿Quién le compró el cuaderno y el lápiz? No sé, nunca compramos muchas cosas que al final nos pertenecen, así que tampoco es necesario por esa misma lógica que nadie las compre. ¿Regalarían el Malone dos y punto? Sería estupendo que fuese una cosa que siempre se reglara. No se adquiere, se regala. Es un paso más allá del software libre. 


Ya he cometido la tontería de pararme, de releer, de pensar lo que no he pensado. Siempre, siempre y siempre (si lo dices tres veces es siempre -siempre, siempre y siempre- cierto; se me ha aparecido Candyman, o Sandman o Esperanza Aguirre) parece que cuando escribimos algo tiene que tener sentido. Es más, si no lo tiene se lo damos. Tenemos que ser inteligentes, escribir cosas inteligentes, que hemos pensado "mucho". Lo de pensar mucho no sé muy bien si se refiere que las hemos pensado y reposado durante largo tiempo o que hemos hecho un esfuerzo de pensamiento cerebral, como si nuestras neuronas estuviesen cagando algo sublime y estuviésemos estreñidos. Al final lo que sale siempre es mierda, independientemente de lo que empujemos y de lo que nos duela el culo al final.


Sí amigos (y me refiero a los amigos de Mahood), al final siempre nos acaba doliendo el culo. No importa cómo lo hagamos, porque siempre acabaremos siendo una mancha. Incluso aunque no se imprima (y la mierda imprima que da gusto) siempre (ahhhh, perdón, siempre, siempre y siempre, que antes se me ha olvidado) todo acabará siendo una mancha. Una mancha en nuestro expediente, en nuestra experiencia, porque al fin y al cabo lo único que hacemos desde que nos paren es expedir… expedimos pedos, semen, vómito, orina, flemas, palabras al fin. ¡Qué bonito! Nos repartimos por el mundo. El mundo está lleno de mí, al igual que yo estoy lleno del mundo. Al final va a ser cierto que mi ser ahí soy yo. Pero yo no existo, insisto. Sobre todo yo, autor mental de este relato, que ni soy Malone, ni Mahood ni Molloy ni ninguno que se le parezca. ¿A qué me tendría que parecer, en todo caso? Esto no era más que un ensayo de escribir en tono beckettiano, o como se escriba, si se escribe y no sólo se piensa. ¿Cómo voy a hablar si no de todas esas cosas si soy esas cosas? ¿Pero no era yo mi ser ahí? ¿Y no son parte de mi ser ahí los libros de Beckett? ¿Se tiran pedos los libros? En cualquier caso semen sí que son, semen negro, semilla negra que va dejando sus trazos en un papel. ¡Vaya! Esta idea tan brillante no es mía. ¿Hay una SGAE de las ideas? ¿Me pueden denunciar? En cualquier caso renuncié a ser brillante e inteligente (en el cuarto párrafo, lo recuerdo, es decir, lo leo, que para el caso es lo mismo) o, por lo menos, lo intenté.


Ciertamente hay cosas que no tienen fin, dado que en rigor no tienen inicio. Esto no ha empezado, así que no tengo forma de acabarlo. Por lo menos yo, sujeto, ¿autor? En la noche de autos, ¿qué hacía el sujeto? No sé, se lo colaré a Malone en el cuaderno a ver si él es capaz de recordar si es suyo. Pero para eso tendrá que hacer un doble ejercicio, el de releer y el de la memoria. ¿Quién le asegura a Malone que lo que está escrito en su cuaderno lo ha escrito él? Entonces, ¿escribí yo el segundo párrafo en el que decía que renunciaba a decir cosas inteligentes? ¿Quién soy yo? Ahhh, sí, mi ser ahí, mis pedos y los tuyos, es decir, los pedos (indeterminado a pesar del "los"). No sé si lo escribí yo, la verdad. Al final cometeré el enorme pecado de firmar, de poner la rúbrica, de cruzar el Rubicón de la autoría. De sujetarme a un sujeto: de amordazarme para poder callar.

jueves, 31 de mayo de 2012

Manchas nocturnas

Nuevamente sufro una erección a alejandrino,
polución nocturna, mariposa descarnada,
lepidópteros que siempre terminan en nada.
¿Acaso son las copas? ¿Será el maldito vino?

Pues quizás estos versos no los hile muy fino
ni las rimas salgan de mi lengua acartonada,
ni quizá encuentre, en el reposo de mi almohada,
la seda con que las parcas tejen mi destino.

Me recuerdan los versos del poeta parnasiano:
"no saber dónde vamos, ni de dónde venimos".
Filósofo humano, demasiado humano,

mujeriego, modernista aficionado al vino,
que alza su copa por las mujeres que perdimos
y la apura, hasta el fondo, por las que aún amamos.

jueves, 24 de mayo de 2012

Me encojo a once

Mi honor ruborizado acepta el reto
de ejercitar la lengua castellana
y no irme ningún día a la cama
sin un vaso de vino y un soneto.

No esperéis los cánones del poeta,
ni las rimas de Góngora y don Lope,
pues entre trago y trago, y al galope
diezmo la botella de Azpilicueta.

Tampoco creo ser ningún Cyrano
y a nadie increpo ¡gascones, marchad!
pues dar buenos consejos es en vano.

Pero mi espada la luna alumbrará
asida en la caricia de tu mano
hasta escupir al maldito Leviatán.